Ya ha pasado Halloween, pero las historias de los monstruos del terror clásico nunca pasan de moda. Es el caso de Drácula: A Love Tale, la nueva versión de la novela de 1897 de Bram Stoker, dirigida e interpretada desde una perspectiva personalísima por Luc Besson (El Profesional, 1994) y acompañada por la música de Danny Elfman.

Si solo con leer esos nombres no estáis ya comprando vuestras entradas, dejadme que os cuente mi opinión sobre la cinta.

Vlad el Empalador

Mucho tiempo habéis pasado bajo tierra si no habéis oído hablar de Vlad III de Valaquia, también llamado Vlad Țepeș (en rumano, El Empalador) o Vlad Drácula, nombre que nos interesa aquí. Gobernante sanguinario de la antigua Rumanía, su figura inspiró decenas de libros, leyendas y, por supuesto, la novela de Bram Stoker.

En esta historia, Vlad, enamorado hasta la última gota de su alma de Elisabeta, parte hacia la que será su última batalla. Antes de marchar, ruega a Dios que no permita que su amada muera si la guerra acaba mal. Y, como en toda tragedia romántica que se precie, las cosas no salen bien. En la reinterpretación de Luc Besson la esencia se mantiene, pero ciertos matices cambian (aunque no os contaremos cuáles).

Cuando Vlad regresa y descubre el destino de Elisabeta, su furia contra Dios lo lleva a maldecirlo. Reniega para siempre de luchar en su nombre, y a cambio recibe una maldición eterna: permanecerá atado al mundo de los vivos y condenado a sufrir la ausencia de su amada a través de los siglos.

Convencido de la reencarnación, Vlad esperará vida tras vida el regreso de Elisabeta, aferrándose al sueño de volver a amarla para romper su interminable desdicha.

A Love Tale

Aunque inicialmente el título iba a ser simplemente Drácula, la coletilla A Love Tale deja claro que la visión de Besson no pretende ser la habitual: estamos ante una historia de dolor, seducción y sacrificio.

La película abraza un enfoque mucho más romántico y sensorial, casi cercano al de El Perfume (Patrick Süskind, 1985). Aquí encontramos a un Drácula menos monstruoso, más humano, pero igualmente atormentado, persiguiendo el eco de su amada durante siglos hasta rozar la desesperación. El filme busca conectar al espectador con la dimensión humana del vampiro para que comprendamos el peso de su maldición.

Caleb Landry Jones (Nitram, 2021) ofrece un Drácula magnífico, capaz de ser grotesco y maléfico en unas escenas, y delicado y devastadoramente enamorado en otras. A su lado, Zoë Bleu Sidel interpreta el doble papel de Elisabeta y Mina, encarnando esa reencarnación que articula toda la tragedia romántica. Completa el reparto un siempre solvente Christoph Waltz (Malditos Bastardos, 2009) como un sacerdote cazavampiros tan ambiguo como implacable.

El guion, firmado por el propio Besson, abandona la estructura epistolar de Stoker y opta por un relato fragmentado, donde varias líneas temporales se entrelazan para reforzar la idea de un amor condenado a repetirse. Esta estructura, ambiciosa pero irregular, puede dificultar la conexión emocional en algunos tramos, especialmente hacia la mitad del metraje, cuando el ritmo decae por exceso de contemplación.

Un cuadro renacentista

La dirección de fotografía de Colin Wandersman (Dogman, 2023) articula una paleta cromática marcada por los tonos carmesí y sepia, que funcionan como símbolos del deseo, la decadencia y la nostalgia. Las escenas diurnas, iluminadas de manera naturalista, contrastan con la belleza casi pictórica de las secuencias nocturnas, logrando que la película respire una ambigüedad constante entre lo vivo y lo espectral.

El apartado musical, a cargo de Danny Elfman, eleva aún más el tono romántico y sacro de la película. Oscilando entre lo etéreo y lo sinfónico, con frecuentes motivos corales, su partitura otorga al filme una dimensión mítica que lo separa de la carne y la sangre y lo acerca al símbolo y la leyenda. Una decisión interesante por parte de Besson, que esta vez prescinde de su colaborador habitual, Éric Serra.

Conclusión

Es difícil decidir qué versión es mejor, si la de Besson o la de Coppola, y probablemente no haga falta compararlas. Aun así, siendo yo una romántica empedernida y mucho más fan del francés que del estadounidense, tengo clara mi preferencia. Y aunque la sombra del magnífico Drácula de Gary Oldman siempre está presente, Besson consigue que en su tramo final olvidemos por momentos la versión de 1992 para abrazar la intensidad de Caleb Landry Jones.

Habrá sin duda un público joven que disfrute esta reinterpretación (sobre todo si no conoce la película de Coppola), pero no creemos que sea suficiente para convertirla en un gran éxito comercial. En una época saturada de historias, lo clásico ya no impacta en las nuevas generaciones, y lo veterano suele estar demasiado anclado a la nostalgia para apreciar ciertos cambios.

Nosotras os recomendamos que vayáis al cine y saquéis vuestra propia conclusión. Drácula: A Love Tale, distribuida por Vértice 360, llega a las salas españolas el próximo 21 de noviembre. Yo, desde luego, salí con los ojos llorosos.

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Crecí delante de un Commodore 64, lo siguió el PC y después la Megadrive. Desde entonces soy una poli-pc-consolera. Mis juegos favoritos son las sagas de Tomb Raider, Final Fantasy, Dragon's Dogma o Baldur's Gate. Prefiero los juegos de un solo jugador a los online, aunque le doy al Fortnite y al Ovewatch 2 de vez en cuando.

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