Llegó el verano y con él, dos cosas inevitables: los helados derretidos en el pantalón (viva el de pistacho)… y las guerras santas del fandom. Este año, la cartelera estival ha traído el cóctel perfecto para que la red de redes arda con más intensidad que la Antorcha Humana: Superman, el nuevo renacer del kryptoniano bajo la batuta de James Gunn, y Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos, el reboot con aires sesenteros que promete devolver al Universo Cinematográfico Marvel la ilusión perdida.
¿El problema? Que a estas alturas, disfrutar de una película de superhéroes sin posicionarse es como intentar salir de un grupo de WhatsApp familiar sin consecuencias: imposible. En un rincón del cuadrilátero tenemos a los defensores acérrimos del Snyderverso, que aún sueñan con la restauración del canon del grimdark y los planos a cámara lenta. En el otro, a los nuevos devotos del Gunnismo, que confían en que la mezcla de ternura, humor y aliens lo salvará todo.
Y entre medias, los fans de Marvel, que tampoco se quedan cortos: algunos con el hype por las nubes, otros con ganas de incendiar el multiverso si les tocan (mal) otra vez a Reed Richards.
Bienvenidos a la guerra más absurda del siglo XXI: la guerra del fandom
Donde tener una opinión moderada te convierte en sospechoso y disfrutar de Marvel y DC a la vez te convierte en el blanco de todos.
Y es un asunto de lo más curioso, porque durante décadas, Marvel y DC han coexistido en las estanterías como dos gigantes editoriales que, más que pelearse, se han “homenajeado” con bastante descaro: Aquaman y Namor, Green Arrow y Ojo de Halcón, Doom Patrol y los X-Men. Pero todo era parte de un juego más complejo. Una suerte de competencia amistosa entre creadores, fans y editores… hasta que llegaron los foros. Y YouTube. Y los algoritmos que premian el odio. Y entonces, todo cambió.
La rivalidad editorial dio el salto al cine, y se convirtió en guerra de trincheras. Ahora, aparentemente, cada tráiler es una provocación. Cada póster, un manifiesto. Cada director, un mesías… o un hereje. El estreno de Batman v Superman y Civil War en 2016 (¡el mismo año!) fue como arrojar gasolina sobre el fuego. Desde entonces, hay quien analiza con más detalle los errores de continuidad de la competencia que los de su propia vida sentimental.
No importa si eres de la Distinguida Competencia o de la Casa de las Ideas. Lo importante es “que no seas del otro”. Porque si elogias a uno, se da por hecho que odias al otro. Y si te atreves a decir que te gustan ambos, prepárate para ser acusado de tibio, vendido o directamente, “no eres un verdadero fan”.
Internet está repleta de frases como “esto sí es cine” frente a “Marvel solo hace chistes para niños” o “DC es puro postureo sin alma”. Y ¿lo más irónico?: nadie en Marvel ni en DC parece tener tanto odio entre sí como sus fans.
Pero amigas y amigos, si el conflicto Marvel vs DC es una guerra de banderas, lo de James Gunn y Zack Snyder ya roza lo teológico. Dos visiones del cine de superhéroes enfrentadas como si fuesen religiones opuestas. Y como en toda religión, sus seguidores son apasionados, inquebrantables… y un poco (demasiado) intensos.
Para los fans de Snyder, el director de 300 y Watchmen es un autor incomprendido por la industria. Un visionario al que no se le dejó terminar su gran obra (Justice League, versión extendida, versión extendida de la extendida, blanco y negro, con o sin Leonard Cohen de fondo). En su templo no se entra sin reverenciar los contrapicados, la testosterona, la cámara lenta y la paleta de grises.
Del otro lado, James Gunn llegó como un mesías posmoderno: un tipo capaz de mezclar humor, entrañas, ternura y buen gusto musical en un mismo plano. En su altar se rinde culto al color, a los personajes inadaptados y los traumas bien llevados. Y ahora que lleva las riendas del nuevo universo DC (en la gran y en la pequeña pantalla), el gunnismo se ha vuelto doctrina oficial… para horror de los que aún ayunan por el Snyder Cut.
¿Y qué ocurre cuando Gunn estrena algo? Que los snyderistas lo acusan de infantilizar al superhéroe. ¿Y cuando Snyder lanza un nuevo proyecto? Que los gunnistas lo tachan de pretencioso y excesivo. Todo se convierte en una batalla de RTs, edits de TikTok y comentarios pasivo-agresivos con gifs de Succession.
Eso sí, lo más curioso es que, en el fondo, ambos directores están más cerca entre sí de lo que sus seguidores quisieran admitir. Ambos hacen cine autoral, ambos tienen estilos marcados, y ambos han recibido tanto odio como veneración. Lo único que cambia… es el fervor con el que se los defiende. Y la playlist.
De todos modos, no pensemos que las guerras del fandom se limitan a los superhéroes. Eso sería como creer que solo hay dos casas en Harry Potter. El frikismo tóxico no tiene límites: se expande como un virus digital por cualquier rincón de la cultura pop. Si hay una historia, habrá bandos. Y si hay bandos, habrá insultos.
Star Wars es el ejemplo perfecto. La saga que nos enseñó sobre la Fuerza ahora vive atrapada en el Lado Oscuro (o como me gusta a mí, homenajeando el doblaje castellano de la trilogía clásica, el Reverso Tenebroso) del algoritmo. Hay quien odia las precuelas pero defiende a muerte La amenaza fantasma. Otros veneran la trilogía original como si se tratase de las escrituras sagradas y están convencidos de que todo lo que vino después es pura herejía. Y luego están los que opinan que Los últimos Jedi es arte… y los que quieren borrar esa película del canon, del archivo y de la memoria colectiva.
El anime tampoco se libra. ¿Te gusta Dragon Ball? Mal, porque One Piece es mejor. ¿Eres de Ataque a los Titanes? Prepárate para una clase de geopolítica y un debate sobre fascismo que nadie pidió. ¿Te flipa Death Note? Entonces no entiendes el verdadero anime. Y no hablemos de los otakus de la vieja escuela, los viejotakus, enfrentados a la nueva ola de TikTok-otakus. Hay más tensión ahí que en la final de Haikyuu!!.
En los videojuegos, cada lanzamiento importante parece una guerra termonuclear. The Last of Us Parte II dividió a la comunidad como si fuera un referéndum. Final Fantasy VII Rebirth reescribe la nostalgia y desata el caos. Y el viejo conflicto PC Master Race vs Consoleros nunca descansa: unos tienen mods, los otros tienen sofá.
Y claro, el mundo literario tampoco se salva. El universo de Harry Potter es terreno minado: si lo amas, te preguntan si apoyas a Rowling. Si no lo amas, te acusan de revisionismo cultural. En El Señor de los Anillos, hay quien no tolera nada que no venga firmado por Tolkien. ¿La serie de Amazon Prime Video? “Un ultraje.” ¿La diversidad en el casting? “Una conspiración.” ¿Que te guste Galadriel dándolo todo con espada? Prepárate para escribir un ensayo justificativo.
Lo que antes eran debates apasionados, ahora parecen juicios sumarios. Nadie quiere dialogar. Todos quieren tener razón. Y sobre todo, quieren que la suya sea la única forma válida de amar algo.
Llegados a este punto, podríamos pensar que todo esto son simples discusiones entre frikis con demasiado tiempo libre y acceso ilimitado a Internet. Pero, en realidad, el asunto va un poco más allá. Porque cuando alguien defiende con uñas, dientes y memes a su superhéroe favorito, rara vez está hablando solo de cine. Está hablando de sí mismo.
La ficción que amamos se convierte en parte de nuestra identidad. Crecer viendo a Batman enfrentarse a sus demonios o a Luke Skywalker luchar contra su destino no es solo entretenimiento: es pura terapia, es refugio, es una forma de entender el mundo. Así que, cuando alguien cuestiona esa ficción… lo sentimos como un ataque personal.
A eso le sumamos el tribalismo digital, esa necesidad urgente de pertenecer a un grupo y demostrar lealtad, aunque sea insultando a un desconocido en los comentarios de YouTube. Y claro, están las redes sociales, que no ayudan mucho. Porque el algoritmo premia el conflicto: cuanta más rabia, más clics. Cuanto más extremo es el discurso, más visibilidad. Y así, la conversación deja de ser conversación y se convierte en una guerra de trending topics.
¿Y qué queda del debate sano, del “a mí me gustó por esto y a ti por aquello”? Enterrado bajo capas de hilos interminables, edits con música dramática y vídeos titulados “POR QUÉ ESTÁS EQUIVOCADO”.
(Gracias, algoritmo, por premiar el odio 🙃)
En resumen: nos tomamos muy en serio lo que amamos. Lo cual no está mal… hasta que empezamos a odiar a los que lo aman de forma distinta.
¿Y si… simplemente disfrutamos?
Claro, a estas alturas, pedir moderación en los debates frikis es casi tan utópico como pedirle a Bruce Wayne que vaya a terapia. Pero, por si acaso, aquí va: ¿y si envainamos un poco las espadas? ¿Y si dejamos de comportarnos como si la taquilla del próximo estreno decidiera el destino del universo? (Estos días, el debate acalorado era por ver si Superman recaudaba más Thunderbolts* o Capitán América 4, o mejor aún, más que Los 4 Fantásticos: Primeros Pasos).
Damos y caballeras, se puede admirar a Snyder sin dejar de sonreír con Gunn. Se puede amar a Marvel mientras uno se emociona con DC. Se puede disfrutar de The Last of Us Parte II sin insultar a quien prefiera la primera entrega. Se puede ver Star Wars sin necesidad de reescribir cada escena en tu cabeza. Se puede amar la ficción… sin declarar una guerra.
Al fin y al cabo, si los héroes que tanto veneramos nos enseñan algo, es que la verdadera fuerza está en unir, no en dividir. Aunque sea para compartir palomitas, hacer teorías absurdas o debatir con pasión (pero sin bilis).
Y, por supuesto, recuerda:
Un gran poder conlleva no perder los papeles.