Halloween es una festividad muy popular en todo el mundo y eso nos hace replantearnos una cuestión: ¿por qué nos atrae el terror? Este fenómeno seduce a millones, mientras otros se preguntan cómo puede ser posible disfrutar del miedo. ¿Es un rasgo genético, un trauma, una forma de catarsis? ¿Qué nos impulsa a buscar, desde una butaca o una página, aquello que nos acelera el pulso y eriza la piel?
 
Ver morir al otro, contemplar el monstruo, enfrentarse al grito: todo activa un complejo sistema de respuestas fisiológicas. Nos da curiosidad oír hablar sobre películas malditas, true crime, videojuegos que aterran, etc. Según el psicólogo Dolf Zillmann, la transferencia de excitación explica cómo la activación emocional producida por el miedo puede transformarse en placer una vez que el peligro desaparece. En otras palabras, la descarga de adrenalina seguida del alivio genera una sensación de bienestar.
Quizá ahí resida su secreto: la adrenalina del peligro sin sus consecuencias, la fascinación de mirar el abismo desde un lugar seguro. El cine y la literatura de terror nos permiten tocar lo prohibido, como la violencia, la locura o la pérdida del control sin pagar su precio. En esa tensión entre amenaza y protección se esconde su atractivo más profundo: el placer del miedo como ensayo de supervivencia.
También interviene la noradrenalina, una sustancia que agudiza la atención y refuerza la memoria emocional. El miedo controlado nos estimula, nos saca de la rutina, y en algunos casos sirve como una forma segura de canalizar ansiedad o tensión acumulada. De ahí que el terror funcione como una montaña rusa emocional: asusta, libera y al final reconforta.
Por eso, mientras algunos buscan esa experiencia límite buscando maratones que ver en Halloween, otros la evitan. La diferencia radica en el umbral de tolerancia al miedo, la educación emocional y la necesidad de estimulación de cada individuo. No todos disfrutamos del mismo tipo de abismo. Y disfrutar de ello no está vinculado a ningún trastorno mental, sino que tiene más que ver con una sensación de recompensa y supervivencia.
Evolución del terror
Desde sus raíces góticas, el terror ha sido un laboratorio de emociones. Cada persona activa su alarma ante temores distintos. El miedo siempre ha sido un termómetro cultural. Los primeros relatos junto al fuego explicaban la oscuridad y la muerte.
En Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, el horror surge de la incomprensión: el monstruo no es malvado, sino inocente ante un mundo que no lo acepta. En El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, el miedo proviene de la dualidad interior: el enemigo habita dentro. Y en El retrato de Dorian Gray, el espanto nace de la corrupción moral tras la máscara de la belleza. En todas ellas, el terror no es solo susto: es espejo, sutileza, se insinúa.
 
En el siglo XX, los zombis hablaron del consumismo, los fantasmas del trauma y los asesinos del vacío moral. Con los sucesos sociales y económicos fueron apareciendo nuevas temáticas y nuevos subgéneros dentro del terror. Por ejemplo, cuando el hombre iba a viajar a la Luna por primera vez surgieron películas y capítulos en series como The twilight zone con temática espacial o de extraterrestres. Mirando más hacia la actualidad, resurgió la temática de las pandemias tras el confinamiento de 2020, o la paranoia digital a causa del uso de redes sociales e inteligencia artificial. Y cuantos más años pasan, más difícil es sorprender debido al aprendizaje de los espectadores y de la desensibilización.
Es por eso que este género está en constante evolución y puedes intuir cada obra dentro de un contexto histórico, ya que eso que nos genera horror o inquietud va en función de las generaciones o los sucesos históricos, pese a haber temáticas intrínsecas en el ser humano que siempre van a existir como el miedo a la muerte o la soledad.
La figura femenina en el terror
Durante siglos, el miedo al cuerpo femenino (a su deseo, a su poder o a su diferencia) se proyectó en figuras como la femme fatale o la bruja. No solo en el audiovisual, sino también en la pintura, literatura y otras expresiones artísticas. La femme fatale se ha tratado como una figura que siempre acaba encarcelada, arrepentida o sola para dar un mensaje a las mujeres del rol que la sociedad deseaba para ellas; las brujas han sido representadas como mujeres feas y poco deseables a las que tener miedo, basadas en viudas y lesbianas de la época que vivían sin hombres y trabajaban para sí mismas cultivando o fermentando cerveza.
Pero el terror actual le ha dado la vuelta al arquetipo: la víctima se rebela. Surgen las final girls, las protagonistas que sobreviven, y la llamada female rage, donde la rabia femenina se convierte en motor narrativo y no en castigo. En ese sentido, el terror también es un espacio de emancipación en el que las mujeres dejan de ser objetos para ser sujetos, personajes con cada vez más trasfondo, con sus propios sueños y miedos.
Incluso recientemente se puede visualizar un nuevo subgénero de gore femenino, siendo películas polémicas y provocadoras que tratan el terror desde una perspectiva femenina, con temáticas creadas por mujeres para mujeres y centrándose en la política de la explotación sexual que ha sufrido la mujer desde hace siglos. Ejemplos son La Sustancia, dirigida por Coralie Fargeat, que trata la presión estética; La hermanastra fea, dirigida por Emilie Blichfeldt, que trata las torturas físicas que las mujeres bien posicionadas se veían obligadas a hacer en el siglo XVIII y XIX porque su sustento dependía de su cuerpo; o la doceava temporada de American horror Story: Delicate, con la violencia obstétrica y el miedo al parto.
 
Trama vs temática
Muchas películas o libros de terror cuentan una historia, pero su trasfondo encierra un tema más profundo.
Hitchcock demostró que no hacen falta fantasmas para provocar miedo: basta con una ducha, un cuchillo y una puerta entreabierta. En Psicosis o Los pájaros, el terror brota de lo cotidiano que se quiebra.
Stephen King, por su parte, convirtió el género en un espejo moral: los monstruos representan los miedos íntimos y sociales que veía. Por ejemplo, Misery es una representación de su alcoholismo, El resplandor su miedo a hacer daño a su familia o Cementerio de animales el miedo a que su hijo muriera.
Esa misma lógica sostiene obras como La maldición de Hill House, de Mike Flanagan, donde los fantasmas son metáforas del duelo y la culpa. El miedo funciona porque tiene peso emocional: detrás del susto hay historia.
 
El problema del género
El terror carga con la fama de ser un género “menor”, en parte por la saturación de clichés (sustos fáciles, sangre gratuita o tramas previsibles). Pero el buen terror no depende del sobresalto, sino de la atmósfera, del silencio, de lo insinuado.
Es un género exigente: no basta con contar bien una historia; además debe provocar una reacción física. Si una película no da miedo, pero tiene una buena historia, ¿es mala? No necesariamente. A veces, el mejor terror no busca gritar, sino perturbar.
 

